Los repetidos incendios en Córdoba pueden ser solo las imágenes del desastre o despertar la denuncia respecto de que «todo fuego es político». Otra mirada posible permitiría compararlos con los fuegos en otras partes del mundo, al indagar sobre quién los perpetra y con qué intereses. El fuego como parte de una «destrucción creadora» con la que el capitalismo transforma en negocio tierras donde solo existía flora y fauna “improductivas”. Por Diego García Ríos (geógrafo y educador ambiental), para Agencia Tierra Viva.
A pesar de las sucesivas crisis a lo largo de la historia, el capitalismo ha sabido resurgir entre las cenizas. Nunca tan literal como lo que está pasando con los incendios en Córdoba. La quema de bosques puede ser una amenaza o una oportunidad, según los ojos con que se la mire.
Desde que «descubrieron» el fuego, el hombre y la mujer intentaron utilizarlo a su merced para procurar alimentos, mejorar sus condiciones de habitabilidad y reproducir sus vidas en relación con la naturaleza. Los usos, a lo largo de la historia, fueron múltiples: como protección de sus depredadores, como cocción de los alimentos para mejorar la digestión y evitar enfermedades, como fuente de calefacción y luz, como herramienta de fundición para crear armas y modelar utensilios.
Así, el fuego se constituyó no solo en una tecnología de mediación con respecto a los sistemas ecológicos, sino en una herramienta que cambió prácticas sociales y hasta modificó nuestra fisonomía morfológica. Prueba de ello fue el desarrollo de la inteligencia conseguido por el homo sapiens sapiens —o sea, nosotros—, a partir de la expansión craneal que fue producto de la reducción de maxilares y el achicamiento de la mandíbula, debido a que la cocción de los alimentos permitió que ya no se necesiten tantos dientes para masticar carne cruda.
A pesar de ser una tecnología rudimentaria, que todavía sigue siendo muy eficaz para conseguir objetivos (desde la chispa que genera un motor a combustión hasta el fuego que sale de una hornalla para cocinar, pasando por la generación de energía térmica o el venteo de gas), su manejo —como el de cualquier técnica— es más o menos destructivo en función de los intereses y la clase social que lo utilice. No es lo mismo el fuego iniciado por un campesino para quemar pasturas que impiden el paso de su ganado caprino, que el generado por un terrateniente que busca extender terrenos de cultivo para la exportación o por un desarrollador inmobiliario que contrata gente que rocía bosques para «blanquear» un área determinada, potencial espacio de urbanización.
Podrán acusarme de acuñar distintas varas frente al uso del fuego, y soy consciente de que cualquier incendio supone liberación de carbono a la atmósfera, desregulación de una cuenca y pérdida de biodiversidad, sea la mano que fuere la que enciende la chispa. También, desde las miradas más ecologistas, podrá decirse que sea por un rayo, un fuego encendido para un asado y mal apagado o una intención deliberada, al fin y al cabo, significan lo mismo: es fuego al fin.
Pero no, me niego a meter todos los fuegos bajo la misma forma. Por eso, considero que la frase “todo fuego es político” es una consigna que es efectiva para la militancia socioambiental, pero que no explica demasiado la compleja situación que vivimos. Hay fuegos sociales de reproducción que incluso son precapitalistas y hay fuegos que son meramente económicos, sin importar el poder político de turno y si existen —o no— normas jurídicas que los prohíben.
El fuego como destrucción creadora de negocios
Según el geógrafo David Harvey, el capitalismo, en tanto sistema dinámico, requiere de crisis periódicas y recurrentes para deshacerse de formas antiguas de producción, infraestructura, tecnología e incluso de naturaleza, para abrir espacio a nuevas formas de producción que sean más rentables y en el menor tiempo posible. Esta destrucción puede incluir la devastación de entornos urbanos, la quiebra de empresas o sectores industriales, la degradación de comunidades, o, en el caso que nos convoca, ambientes de escasa intervención humana, donde predominan formas no capitalistas de existencia. Todo ello se genera —lo generan— para facilitar nuevas oportunidades de acumulación de capital.
Para Harvey, la «destrucción creadora» es un proceso que tiene dos etapas sucesivas e interdependientes. Primero, debe haber una modificación, rotura, quiebre, quema, de formas preexistentes que, en apariencia, no retribuyen ganancia alguna; para luego instalar (Estado garante mediante) formas territoriales capitalistas o neo capitalistas generadoras de renta. Estos procesos son inherentemente violentos y desiguales y, aunque generan innovación y crecimiento económico, también provocan sufrimiento social y desplazamientos, en una manifestación de la esencia cíclica del capitalismo en su búsqueda perpetua de acumulación.
En Brasil, la práctica de la roza y la quema ya se encuentra casi institucionalizada, al punto que a estos actores que crean capitalismo a partir de la destrucción de la selva se les dice “grileiros”. El adjetivo proviene de la palabra “grilo” (g)rillo, en español), puesto que, después de llevar a cabo la quema de hectáreas del rigor, ponen en funcionamiento la maquinaria falsificadora bajo la cual envejecen documentos truchos a partir de una sustancia emitida por grillos en un cajón que dejan amarillenta y roída la escritura, para probar ante el Estado que esas tierras las poseen desde hace muchas décadas.
Por eso decíamos, en el inicio, que todo depende con qué ojos se mire el fenómeno sucedido en Córdoba (y Sudamérica, y África, y todo el planeta). Si se lo mira con ojos ecologistas, todo fuego es una destrucción que genera pérdida biológica; pero si se lo mira con ojos economicistas, todo fuego es una posibilidad para crear negocios. Bajo el supuesto de “destrucción creadora”, las formas de pre-capitalismo o capitalismo primitivo no generan ningún tipo de rentabilidad ni “crecimiento”.
El problema es cuando tenemos a un Estado (sea del color político que fuere) que avala y garantiza estas prácticas, ya sea mirando para otro lado, cuando sanciona leyes progresistas vinculadas a Parques Nacionales o al manejo del fuego; o, sencillamente, convalidando lisa y llanamente estas prácticas cuando hablamos de un gobierno como el vigente, sin ningún tipo de preocupación por el cuidado ambiental.
Fuego o el ave fénix del sistema
Fuego tuvimos, tenemos y vamos a tener siempre. Es una práctica inherente a las sociedades porque es histórica, cultural y social. Se trata de una tecnología casi inevitable para el desarrollo productivo, porque el fuego opera en casi todos los movimientos y objetos de nuestra vida cotidiana. El tema es quién lo perpetra y con qué intereses lo lleva a cabo. Ahí es donde no se hace mella en la agenda mediática ni discursiva de las grandes esferas del poder, porque es allí donde Estados y empresarios callan, donde nos muestran compungidos las consecuencias devastadoras de un incendio, pero no las causas —también devastadoras— del problema. Nunca se conocen las intenciones ni los actores porque no está el interés de hacer público lo privado.
Así como lo hizo el Ave Fénix, lo creado a partir de los incendios resurgirá desde las cenizas. Los proyectos inmobiliarios con familias sonrientes y hermosas vistas a la fauna local, los verdes countries con desvíos de ríos y arroyos, las vacas y cerdos sirviéndose de nutritivos comederos proteicos, o los planchados mares verdes de soja transgénica. Nada de eso tendrá memoria sobre lo que allí había. Este sistema crea alas y resurge. Genera oportunidades de negocios, allí donde solo existía flora y fauna “improductivas”.
Por eso, digamos las cosas por su nombre, sin tabúes ni conceptos que desvíen la atención. No vivimos en un «piroceno» ni en un «apocalipsis bíblico». Vivimos en un capitalismo con nombres y apellidos, que reproduce sus lógicas de explotación de naturaleza y de mano de obra, sea la modalidad o la actividad que fuere. Esto pasará, como todo en la lógica de este sistema putrefacto y desigual. Los incendios, al igual que los campos de exportación o las ciudades dominantes en este mundo, son transformaciones de naturalezas que se vuelcan a la esfera de la producción y la ganancia de unos pocos. Hoy es fuego, mañana serán inundaciones y pasado serán sequías. No nos quedemos con la foto final, los retazos de desastres o los hashtags colapsistas. Miremos la película completa.
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/todos-los-fuegos-el-fuego-de-un-sistema-de-negocios/
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