La escritura de Jorge Luis Borges tiene la habilidad de desarmar la realidad y recomponerla con sus propias herramientas lingüísticas. En esta columna, María Kodama, el monte análogo y la gloria imposible de abrazar el lenguaje humano universal.
Una mañana, hallándome en fila de espera en el Banco (¿habrá algo más aburrido que la cola del Banco…?), intentaba, vanamente, huir del tedio por alguna puerta que, por fuerza, debía ser imaginaria. Creí acordarme, entonces, de un comentario de Jorge Luis Borges leído hace ya bastante tiempo en no sé dónde.
Al parecer, durante su vida joven, tenía sus colegas envidiosos, que no perdían ocasión de hostigarlo con ofensas gratuitas. Uno de esos “colegas” de Georgie –cuenta él mismo– le dijo una vez: “Usted, Borges, siempre se está repitiendo. Uno lee un segundo texto suyo y se encuentra con que es igual al primero…”
Borges contestó: “Usted hace algo parecido, con la diferencia de que el segundo texto suyo siempre es de otro”.
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