El fútbol argentino ingresó en el atolladero de la coyuntura política nacional. Para peor, diría que empezó a sufrir los coletazos del cambio de época. El debate en torno a las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) es una expresión más de la visión empresarial que pretende sepultar definitivamente cualquier atisbo de amateurismo que perdure en el deporte más popular y sentido del país. Pero a veces, muy cada tanto, aparece una bocanada de aire fresco, de amateurismo. Gente que rompe el molde. Casi sin proponérselo, Gustavo Costas es un poco eso. Nació el 28 de febrero de 1963 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Fue mascota del Racing campeón del mundo en 1967. Debutó en el club de sus amores en 81, logró el ascenso en el 85′ y ganó la Supercopa en el 88′. Fue técnico de la institución en 1999 y en 2007. Ninguno de estos datos alcanza para explicar su lugar de emblema. Quienes nos criamos viendo a un Racing en ruinas, con presidentes usureros y crisis recurrentes, a Costas lo recordamos en la primera línea de la trinchera. Asumiendo tareas que no le eran propias. Yendo a negociar con funcionarios de toda calaña para evitar el colapso de la institución o bancándose ser pieza de alquiler de otros equipos, como ocurrió en 1986. El corazón, sobre todo. Opina: Nicolás Salas, para ANRed.
El fútbol argentino ingresó en el atolladero de la coyuntura política nacional. Para peor, diría que empezó a sufrir los coletazos del cambio de época. El debate en torno a las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) es una expresión más de la visión empresarial que pretende sepultar definitivamente cualquier atisbo de amateurismo que perdure en el deporte más popular y sentido del país.
Poco importa el rol social de los clubes si de lo que se trata es de maximizar las ganancias. Cuando a Juan Sebastián Verón, presidente de Estudiantes, le exigieron en una asamblea de afiliados mayor inversión para el fútbol femenino, fue categórico en su respuesta y en su rechazo a tal requerimiento: «entender, de una vez por todas, que el fútbol es un negocio. Si lo llegamos a entender de esa forma, nos vamos a poner de acuerdo en lo que refiere a inversión en los demás deportes».
El crecimiento de la lógica empresarial hace del fútbol un deporte cada vez peor jugado, menos entretenido, con mayor automaticidad y carencia de creatividad. La robotización también llegó a las canchas. También el modelo extractivista por el cual jugadores con puñado de partidos en primera se venden por millones de dólares a inhóspitos clubes árabes o estadounidenses, acelerando los procesos formativos de los juveniles que terminan sirviendo de parches para ocultar el desguace que sufren los planteles con cada mercado de pases. Ya no hace falta pulir el talento, fomentarlo. Correr y correr, de eso se trata. Siempre de manera vertical, como si se tratara de una carrera de atletismo. Más gimnasio y menos juego. Todo se va trastocando bajo la lógica que le imprime el capital y el mundo de las ganancias. Para peor, las empresas de apuestas deportivas se propagan sigilosamente por todo el espectro deportivo. Crecen las sospechas por arreglos y jugadores del ascenso garantizan una «x» cantidad de corners para recibir una suma de dinero por fuera de sus salarios. Todo parece quedar reducido al dios dinero.
Pero a veces, muy cada tanto, aparece una bocanada de aire fresco, de amateurismo. Gente que rompe el molde. Casi sin proponérselo Gustavo Costas es un poco eso. Nació el 28 de febrero de 1963 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Fue mascota del Racing campeón del mundo en 1967. Debutó en el club de sus amores en 81, logró el ascenso en el 85 y ganó la Supercopa en el 88. Fue técnico de la institución en 1999 y en 2007. Ninguno de estos datos alcanza para explicar su lugar de emblema. Quienes nos criamos viendo a un Racing en ruinas, con presidentes usureros y crisis recurrentes, a Costas lo recordamos en la primera línea de la trinchera. Asumiendo tareas que no le eran propias. Yendo a negociar con funcionarios de toda calaña para evitar el colapso de la institución o bancándose ser pieza de alquiler de otros equipos, como ocurrió en 1986. El corazón, sobre todo.
Tiempo atrás, durante una entrevista al diario Clarín, afirmó: “además de dirigir, tenía que ir a hablar con el presidente Menem en Olivos, con Julio Grondona a la AFA. Hacíamos de todo. También en un momento se abrieron cuentas bancarias a mi nombre y de Teté Quiroz para salvar el predio Tita. Todavía me acuerdo de los fines de semana en el Tita repleto de hinchas de todas las edades ayudando. Eso no pasó en ningún lugar del mundo. A veces pienso que a los hinchas se los valora poco”.
Su vuelta a Racing se dio en momentos donde la amnesia pareciera afectar la psiquis de una porción importante de hinchas que no sienten contradicciones en acompañar armados electorales que lleven a los amigos de Marín, ese sabueso de Macri que encabezó el gerenciamiento del club que duró ocho años y que le puso el moño a la estafa que venía sufriendo la institución las décadas previas.
Quizás el actual técnico de Racing se acuerde de las implicancias que tiene la lógica privatista en el club. Como técnico quiso hacer valer sus derechos ante Marín y su empresa, iniciándole un juicio por los sueldos adeudados. Cuando Blanquiceleste S.A. logró desligarse de la acusación y derivar la responsabilidad al club en tanto sociedad civil, Costas ordenó a su abogado que diera de baja la demanda.
Desconozco el pensamiento político/ideológico de Costas. Quizás esté en las antípodas de lo que pienso o lo que plantee esta nota. De todas formas, la realidad es la realidad. Su práctica concreta y cotidiana, esa simpleza amateur, construye una identidad distinta a la del modelo empresarial y “profesional” de quienes fantasean con un Racing a la europea, ese tipo de gestión donde sobra glamour y clubes quebrados (ver caso del Bordeaux en Francia o, por qué no, la situación crítica del Inter de Milán en Italia).
A los hinchas no nos molesta ver a Costas caminar al borde de la cancha, caerse al piso, cantar y abrazarse con los alcanza pelotas. Nadie se lo reprocha porque no se ve humo ni exceso de protagonismo en sus actitudes. No vemos un técnico, vemos un hincha más. Como si bajara de la tribuna cualquiera de las 60 mil personas que copan el cilindro en cada partido. No hay demagogia en sus expresiones, hay un sentir que se exterioriza. Por eso, el equipo puede andar mal, y salvo las mentes dañadas por el exitismo, nadie se atrevería jamás a cantar pidiendo la renuncia de nuestro técnico. Sería el peor de los sacrilegios para un hincha que se pretenda cobijarse en la historia del club. Si la cosa anduviera mal, si su presencia restara, sería el mismo Costas el primero en correrse. A diferencia de muchos jugadores, su vuelta y tránsito por el club nunca fue por plata o por estar en sus últimos años de carrera. En el pasado lo hizo para ayudar. En el presente, por amor.
No creo que el mote de ídolo solo corresponda a los que mostraron una historia de éxitos deportivos. Aborrezco esa versión de las cosas. Como dice la canción, nuestros reconocimientos son para quienes siempre estuvieron en las malas y ante todo valoran lo colectivo por sobre lo individual. Por eso, y aunque suene apático, para las nuevas generaciones o algunos desmemoriados, en la vida moderna de Racing pocas personas pueden habitar el status que ostentan los Costas, las Tita Matiussi o los Basile.
Su andar parece el mismo de cuando era un pibe que trabajaba de cadete mientras competía con el equipo profesional. El que iba a la cancha en un colectivo de línea, ese que usan los trabajadores y trabajadoras todos los días para ir a laburar. Se muestra orgulloso de donde viene. Sus conferencias de prensa son «sin cassette», como si no lo estuvieran viendo miles de personas. Se le quiebra la voz cuando habla de la hinchada, se le caen las lágrimas. No cita filósofos ni explica el partido con fórmulas matemáticas. Transmite desde la simpleza que caracteriza a la gente común, a la de a pie. En esas pequeñas cosas habita algo del amateurismo que mantiene vivo al fútbol como deporte popular, que se vive y se transpira en los barrios populares, ahí donde falta la comida pero siempre hay una pelota, esa que sin proponérselo construye comunidad y hace olvidar, al menos por un rato, el sufrimiento cotidiano que nos propone la realidad.
“Todo lo que hago e hice en Racing lo hago desde el corazón”, dijo a la prensa el actual DT racinguista. Concepto sencillo y profundo. En tiempos de capitalismo salvaje nada bueno puede prescindir del corazón, ese que motoriza a cualquier pueblo en su búsqueda interminable por ser felíz.
Facebook
Twitter
Instagram
YouTube
RSS