A casi un siglo de la sanción de la ley que limitó la jornada laboral a ocho horas, la precarización y la necesidad de múltiples empleos han desdibujado ese logro histórico, reabriendo un debate esencial para la dignidad del trabajo en la actualidad. Por Matías Cremonte.
La disputa por los tiempos de trabajo y descanso, ocupa un lugar destacado entre las primeras batallas de la lucha de clases moderna. El capital siempre pugnó por la libre e irrestricta explotación de la fuerza de trabajo y las organizaciones obreras por la mayor limitación posible. Desde principios del siglo XIX, los movimientos obreros en formación en Europa y Estados Unidos lucharon con desigual suerte por la reducción de la jornada laboral bajo el emblema de “las tres ocho”, en referencia a la división del día en tres tercios: uno para el trabajo, otro para el descanso y otro para el ocio, el esparcimiento o la educación.
Producto de estas luchas, en 1919 la Organización Internacional del Trabajo (OIT) adoptó el convenio número uno sobre la jornada limitada a 8 horas que fue seguido por la mayoría de los países del mundo, incluyendo la Argentina.
Durante la década del veinte, diputados radicales, socialistas y socialistas independientes presentaron sin éxito distintos proyectos legislativos para limitar la duración de la jornada laboral. Finalmente, durante la segunda presidencia del radical Hipólito Yrigoyen, se sancionó la ley 11.544, primero en diputados, en 1928, tras dos días de intensos debates, y casi un año después, en el Senado. En 1957, la limitación de la jornada de trabajo habría de alcanzar rango constitucional al incorporarse en el artículo 14 bis. La ley 11.544 limitó también a siete horas el trabajo nocturno y a seis la jornada en los lugares de trabajo insalubres. Sin embargo, y pese a la queja de los legisladores socialistas, excluyó a los sectores agrícolas, ganaderos y de servicios domésticos. Por su parte, en el seno del movimiento obrero, mientras las corrientes socialistas apoyaron la iniciativa, las corrientes anarquistas aprovecharon para criticar el reformismo parlamentario; mientras que sindicalistas revolucionarios y comunistas, en los hechos ignoraron la iniciativa, aunque la demanda formaba parte de sus programas.
Desde entonces, los debates no han avanzado mucho y su implementación real tampoco. Lamentablemente, a casi cien años de la sanción de la ley 11.544, y en un contexto marcado por el retroceso general de los derechos laborales, hoy en día es necesario trabajar mucho más que 8 horas para alcanzar un salario digno. Por eso se imponen y aceptan las horas extras, el pluriempleo o los turnos rotativos que alteran la vida cotidiana de quienes los sufren, quedando cada vez más alejada la posibilidad de disponer de tiempo libre.
Dada esta situación, quizá llegó la hora de retomar con fuerza esta batalla que tanta importancia tuvo en los orígenes del movimiento obrero.
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