Por Alfredo Silletta
Desde antes de ser reconocido como “peronismo”, la oligarquía y el establishment buscaron hacerlo desaparecer. En 1945, encarcelaron a su líder, pero una marea humana inundó la Plaza de Mayo el 17 de octubre, y tres meses después lo llevó a la presidencia. Diez años más tarde, en un contexto de crecimiento sin precedentes, con fábricas, industrias, pleno empleo, derechos laborales, y avances en salud y educación, la derecha intentó un golpe de Estado en 1951. Finalmente, en 1955, bombardearon Plaza de Mayo, dejando un tendal de muertos. Meses después, Perón fue derrocado.
El golpe cívico-militar, conocido como la “Revolución Fusiladora”, impuso el decreto 4.161, que prohibió el nombre de Perón, la Marcha Peronista y cualquier símbolo asociado al movimiento. Además, proscribieron al peronismo de toda actividad electoral durante décadas. También prohibieron huelgas, intervinieron gremios y, como si fuera poco, robaron el cadáver de Evita, cuyo paradero permaneció desconocido durante más de 15 años, incluso para su familia.
El exilio de Perón duró 18 años. En Caracas, atentaron con bombas contra el vehículo que lo trasladaba, intentando asesinarlo. Mientras tanto, el pueblo resistía con huelgas, sabotajes, tomas de fábricas y abstenciones electorales. Cuando el régimen oligárquico-militar no cedía, Perón apoyó la guerrilla urbana, a la que llamó “formaciones especiales”. Finalmente, en 1973, el régimen tuvo que permitir elecciones libres, y Perón regresó enfermo, pero fue elegido presidente por tercera vez con el 62% de los votos.
A pesar de esto, la derecha continuó boicoteando su gobierno. El 12 de junio de 1974, Perón advirtió: “Vine al país para lanzar un proceso de liberación nacional, no para consolidar la dependencia… Sabemos que tenemos enemigos que han comenzado a mostrar sus uñas, pero también sabemos que contamos con el pueblo. Y cuando el pueblo decide luchar, suele ser invencible”.
El 1 de julio de 1974, un profundo silencio cayó sobre Argentina con la muerte de Perón, el líder más importante del siglo XX en el país y figura central en el corazón del pueblo durante más de tres décadas.
Poco después, un nuevo golpe cívico-militar instauró el régimen más siniestro de la historia argentina, marcado por el terror: 30.000 desaparecidos, asesinados y torturados, en su mayoría jóvenes vinculados al peronismo. El odio hacia el movimiento continuó incluso después, con la profanación del mausoleo de Perón en Chacarita, donde cortaron sus manos, creyendo que podían interrumpir el vínculo entre el líder y su pueblo.
En la década del 90, el peronismo fue infiltrado por ideas neoliberales, pero el modelo colapsó. Con la llegada de Néstor y Cristina Kirchner, el peronismo retomó sus banderas históricas: justicia social (paritarias libres), independencia económica (pago al FMI) y soberanía política (rechazo al ALCA), además de profundizar la defensa de los derechos humanos, llevando a juicio a los responsables de la dictadura.
El establishment y la derecha, incapaces de aceptar el bienestar popular, utilizaron los medios hegemónicos y una justicia corrupta para atacar a Cristina Fernández de Kirchner y otros dirigentes de la “década ganada”. La expresidenta fue condenada y proscripta de por vida, en un fenómeno de lawfare que se replicó en América Latina con figuras como Lula da Silva, Rafael Correa y Evo Morales.
Con el ascenso de Javier Milei a la presidencia, se desató un feroz ataque contra los símbolos del peronismo: se cambió el nombre del Centro Cultural Kirchner por “Palacio Libertad”, se rebautizó el gasoducto Néstor Kirchner, y se eliminaron imágenes de Evita y Perón de edificios públicos. Incluso se anunció la demolición del edificio con el emblemático mural de Evita en la avenida 9 de Julio. Además, se retiraron las jubilaciones de Cristina y Amado Boudou, pero se mantuvieron intactas para las viudas de Menem y De la Rúa.
Creen que tapando murales, cambiando nombres o proscribiendo a líderes como Cristina, lograrán hacer desaparecer al peronismo. Pero el peronismo es mucho más que símbolos. Sobrevivió los bombardeos de 1955, los fusilamientos de 1956, décadas de proscripción y 30.000 desaparecidos. Hoy sigue firme, organizando la resistencia frente a este gobierno cruel y entreguista, que busca profundizar la pobreza y consolidar la desigualdad.
No pasarán. El amor siempre vence al odio.
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